“Cada uno con la ofrenda de su mano, conforme a la bendición que Jehová tu Dios te hubiere dado”. Deuteronomio 16:1
Una hermosa ilustración de aquel espíritu de amor y abnegación que la gracia de Cristo implanta en el corazón es dado en la experiencia de los cristianos macedónicos.
El apóstol Pablo escribe sobre ellos: “En grande prueba de tribulación, la abundancia de su gozo y su profunda pobreza abundaron en riquezas de su generosidad...
pidiéndonos con muchos ruegos que les concediésemos el privilegio de participar en este servicio para los santos.
Y no como lo esperábamos, sino que a sí mismos se dieron primeramente al Señor, y luego a nosotros por la voluntad de Dios”. 2 Corintios 8:2-5
Y donde quiera que el Espíritu de Cristo morase manifestarán los mismos frutos.—The Review and Herald, 9 de mayo de 1893.
En el sistema bíblico de diezmos y ofrendas las sumas pagadas por diferentes personas pueden, por supuesto, variar grandemente, siendo que están en proporción con los ingresos.
Para el pobre, el diezmo será una suma comparativamente pequeña y sus ofrendas estarán de acuerdo con sus posibilidades.
Pero no es la magnitud de la ofrenda lo que hace al don aceptable a Dios; es el propósito del corazón, el espíritu de gratitud y amor que expresa.
No hagáis sentir al pobre que sus ofrendas son tan pequeñas que no deben ser tenidas en consideración.
Que ellos den conforme a sus posibilidades, sintiendo que son siervos de Dios, y que él aceptará sus ofrendas...
Los que conservan las realidades eternas en vista, que aman a Dios con todo el corazón y el alma y las fuerzas, y a sus prójimos como a sí mismos, cumplirán escrupulosamente todo su deber, como si el velo fuera enrollado y ellos pudieran ver que están trabajando bajo la contemplación del universo celestial.—The Review and Herald, 16 de mayo de 1893.
Tomado de: «En los lugares celestiales»
Ellen G White - 24 de Octubre
