«El temor del Señor corrige y da sabidurĂa; antes que honra, humildad». Proverbios 15:33
Hace algunos años estuve a punto de perder a mi padre. De pronto, una serie de imĂ¡genes de la infancia comenzaron a recorrer mi mente como una pelĂcula.
En aquel momento, mi padre era fuerte como un roble. ParecĂa que todos sus planes se ejecutaban como Ă©l los habĂa planeado.
Yo lo contemplaba con gran admiraciĂ³n, esperando convertirme un dĂa en un modelo a escala de su vida.
Pero un dĂa llegĂ³ el evangelio a mi vida y ocasionĂ³ un fuerte conflicto entre nosotros.
En su momento de mayor Ă©xito, le costaba trabajo entender que su vĂ¡stago hubiera decidido convertirse en un ministro de Dios.
En varias ocasiones me advirtiĂ³ sobre los inconvenientes de mi decisiĂ³n y me augurĂ³ un rotundo fracaso. AsĂ que un dĂa decidĂ partir de mi hogar sin su apoyo.
Confieso que nunca fue mi intenciĂ³n lastimarlo, pero mi deseo de servir a Dios era mucho mĂ¡s fuerte que mi apego paternal.
Lo interesante fue que, semanas mĂ¡s tarde, mi padre me alcanzĂ³ en la ciudad donde estaba colportando, para despuĂ©s llevarme al seminario adventista de Montemorelos (MĂ©xico).
El tiempo fue transformando el corazĂ³n de mi padre. Un dĂa me llamĂ³ para informarme de que habĂa aceptado a JesĂºs como su Salvador personal y deseaba ser bautizado.
Yo no creĂa lo que estaba escuchando. AsĂ que viajĂ© hasta Baja California Sur para bautizarlo, en uno de los momentos mĂ¡s memorables de mi vida. Ambos lloramos como niños durante la ceremonia.
A partir de ese dĂa se dedicĂ³ a servir al Señor.
Semanas despuĂ©s de que me informaran de su grave situaciĂ³n de salud, fui a verlo. AllĂ estaba esperĂ¡ndome en el aeropuerto, apoyado en un bastĂ³n.
Se veĂa dĂ©bil y con la huella de la enfermedad marcada en su rostro. AllĂ nos abrazamos y volvimos a llorar como niños.
Posteriormente, serĂa intervenido quirĂºrgicamente con Ă©xito. Dios habĂa decidido dejarlo entre nosotros para que continuara con su misiĂ³n.
Un hombre nunca es el mismo a lo largo de su vida.
Por eso, cada ser humano es impredecible. Eso significa que mientras haya vida, habrĂ¡ esperanza de ser mejores personas.
Lo anterior es especialmente cierto en el caso de los seres queridos que aĂºn no han decidido seguir al Señor.
La historia todavĂa no ha terminado, mĂ¡s bien continĂºa a lo largo de la vida, a veces para brindar sus momentos mĂ¡s atractivos en la Ăºltima etapa de la existencia.
Pide hoy al Señor por aquellos de tu familia que todavĂa no han aceptado su salvaciĂ³n.
Tomado de: «¡RenuĂ©vate!» - Alejandro Villarreal - 18 de Octubre